Por fin, llegó el día de nuestro esperado y preparado viaje a Valladolid.
A la hora prevista, estábamos los participantes listos para subir al autocar
Con las caras risueñas y el ánimo alegre, cual niños que van de excursión, partimos hacia Tordesillas. El trayecto en sí fue ya una maravillosa ocasión de cambiar impresiones entre nosotros y conocernos un poco más (¿quizás con vistas a futuras relaciones más íntimas?).
En la visita a Tordesillas hubo para todos los gustos. Nada más poner los pies en tierra, el paisaje desde el puente blanco, con el Duero apacible y la ciudad al fondo, nos dejó impresionados. Con esto, los amantes de la naturaleza nos sentimos afortunados.
A la vez que admirábamos la bonita ciudad, continuamos nuestro paseo hacia el Monasterio de Santa Clara, antiguo palacio construido en tiempos de Alfonso XI, en el siglo XIV y convertido actualmente en convento. Visitamos también la iglesia de Santa María y otros edificios notables sobre los que no entraré en detalles. Cualquiera puede consultar una guía y, desde luego, merece la pena hacerlo porque en Tordesillas se encierra una parte muy importante de nuestra historia. La curiosidad relativa a hechos y monumentos históricos quedó así cumplimentada.
Unos paisanos nos aconsejaron ir a la Plaza Mayor a tomar una leche helada que era famosa en Tordesillas y en el mundo entero, así que, como había muchos golosones, hacia allí nos dirigimos, no sin antes comprar unas pastas caseras a las monjas de clausura. En la Plaza Mayor, nos sentamos en una terraza a tomar leche helada con bien de canela que era lo que en Madrid llamamos leche merengada. Hubo muchos que repitieron la dosis de canela (bromas sobre el efecto afrodisíaco de la canela y lo que podía ocurrir por la noche). El paladar quedó así satisfecho, tanto que alguno ya no pudo cenar.
Todos complacidos, nos montamos en el autocar camino de El Viejo Chopo, muy cerca de Valladolid. Colocamos nuestros trastos como pudimos en las habitaciones, en cada una de las cuales había ocho o diez literas, y salimos al exterior para disfrutar de la naturaleza y dedicarnos a nuestros pasatiempos favoritos. Después de cenar frugalmente (ensalada campera, pechuga de pollo frita y flan) pasamos a una sala grande y allí, en círculo, estuvimos comentando ampliamente El Hereje. El libro dio para un amplio debate, ya que toca temas muy importantes: históricos, religiosos, costumbristas. Creo que a los que no lo habían leído les picará la curiosidad. A las doce concluimos los comentarios y, como decían antiguamente: “Cada mochuelo, a su olivo”. Algunos (pocos) se quedaron viendo la película LUTERO, muy relacionada con el tema de la herejía.
Después de una noche bastante sonora con ocho o diez ronquidos en diferentes tonos y volúmenes, duchados y desayunados más o menos convenientemente, a las nueve de la mañana estábamos en el autocar camino de Valladolid capital. Nos esperaba una guía para acompañarnos por la ciudad mostrándonos la ruta de El Hereje. Algunos de los lugares a que se refiere Delibes han desaparecido; debido sobre todo al auge económico de los años sesenta que dio lugar a nuevas edificaciones y remodelación de la ciudad. Otros, han cambiado de aspecto, pero nos fue explicando los lugares por dónde transcurre la acción, que se puede seguir a través de placas en la pared con pequeños párrafos de la novela. Este interesante recorrido nos permitió también ver la parte más importante y monumental de la ciudad. Un diez para la guía que estuvo verdaderamente brillante en su trabajo.
A las dos nos esperaba de nuevo el autocar para continuar el viaje hacia Ureña, un pueblo pequeño cargado de historia, ubicado en las estribaciones de los montes Torozos que vigilan la llanura de la Tierra de Campos. Está rodeado por una muralla del siglo XIV a la que subimos y, desde allí, admiramos el paisaje y reconocimos el Páramo que tanto menciona Delibes, donde conoce a Teo, la “reina del Páramo”.
Seguidamente, recorrimos el pueblo. Lástima que no pudiéramos visitar la Fundación Joaquín Díaz, que está en un edificio del Siglo XVIII y que merece la pena. Otra vez será y ya nos dirigimos hacia el restaurante Villa de Urueña, típico de la zona, ubicado en la plaza del pueblo. La comida fue lo que se dice pantagruélica. Nos comimos unos cuantos lechazos, que habían matado expresamente para nosotros (¡los pobres!), además de sus asaduras como aperitivo, junto a otros variados aperitivos, fríos y calientes, todo regado con vinos de la tierra, como no podía ser de otra manera.
Otra vez al autobús, con la panza llena y los corazones contentos, camino de unas bodegas del grupo Yllera. Después de ver el proceso actual de fabricación del vino, todo muy moderno y mecanizado (nada de pisar la uva con los pies), bajamos a veinticinco metros bajo tierra para visitar unas bodegas mudéjares del siglo XIII y seguir un recorrido que han preparado para los turistas, basado en la mitología griega. Ubican al turista en el laberinto de Creta, y se va siguiendo el hilo de Ariadna hasta llegar, con paradas intermedias que son símbolos de los distintos vinos, hasta el Minotauro. Muy curioso e interesante. Cuando subimos a la superficie, estuvimos catando varios vinos: blancos, tintos, rosados, reserva, gran reserva, etc. y todos compramos las correspondientes botellas para nuestras bodegas privadas.Al autobús de nuevo, camino de Rivas y FIN DE LA ACTIVIDAD.
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1 comentario:
Gran libro
Gran autor...
Ahora en Palencia publican sus novelas cortas.
¿Le daremos el Nobel antes de que se nos vaya?
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