Apenas se la veía salir de casa. Trabajaba muy duro, de sol a sol. No tenía entretenimientos ni poseía una radio. Nadie sabe como llegó a Guernica pero estaba en boca de todos. Llamaba la atención de su pelo trigueño cuando se lo cepillaba sentada al sol ante la puerta de su casa. Cuando compraba pedía por señas. Unos opinan que era muda, otro decían que han oído cánticos extraordinarios procedentes de su cuarto de baño.
Me atrajo desde el principio porque los seres extraños me prenden un amor desproporcionado. Me intrigaba ese cuerpo que aúna peligro y belleza, esa horrenda y extraordinaria cantante que ocultaba el asesinato y la antropofagia.
Por eso, me fui abriendo paso entre el mar de gentes. Llegué a la orilla de su pelo y le propuse en matrimonio, con un quintal de sal como dote y con mis manos para acunarla tierra adentro.
Ante su rechazo me convertí en su única visita. Un día empezó a hablar con acento asturiano, otro me enseñó su inmenso baño, otro me invitó a un gran banquete de pescado y finalmente me dio a comer flores de loto. El vacío de mi vista y la ausencia de sus cantos levantaron mis dudas sobre la esencia mitológica de aquella mujer. La posibilidad de que errase sobre su naturaleza sirénica me turbaba y me impedía conciliar el sueño. Finalmente, mi incertidumbre me empujó a las aguas de la ruptura.
Al día siguiente Guernica fue bombardeado. Su casa quedó devorada por las llamas. De ella no volví a saber más aunque me contaron que huyó en un carro de fuego. Sin embargo, quedé turbado al descubrir entre los restos de su casa una piedra en forma de pez con su cara perfilada.
Me atrajo desde el principio porque los seres extraños me prenden un amor desproporcionado. Me intrigaba ese cuerpo que aúna peligro y belleza, esa horrenda y extraordinaria cantante que ocultaba el asesinato y la antropofagia.
Por eso, me fui abriendo paso entre el mar de gentes. Llegué a la orilla de su pelo y le propuse en matrimonio, con un quintal de sal como dote y con mis manos para acunarla tierra adentro.
Ante su rechazo me convertí en su única visita. Un día empezó a hablar con acento asturiano, otro me enseñó su inmenso baño, otro me invitó a un gran banquete de pescado y finalmente me dio a comer flores de loto. El vacío de mi vista y la ausencia de sus cantos levantaron mis dudas sobre la esencia mitológica de aquella mujer. La posibilidad de que errase sobre su naturaleza sirénica me turbaba y me impedía conciliar el sueño. Finalmente, mi incertidumbre me empujó a las aguas de la ruptura.
Al día siguiente Guernica fue bombardeado. Su casa quedó devorada por las llamas. De ella no volví a saber más aunque me contaron que huyó en un carro de fuego. Sin embargo, quedé turbado al descubrir entre los restos de su casa una piedra en forma de pez con su cara perfilada.
Félix de Andrés
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