Tengo un hilo que me lleva y me trae
como las olas y las nubes,
una cometa que me ilumina.
Una ilusión que me viene del pasado
en mis sueños me da alas y
en mis avances me une con lo profundo.
Existen tijeras que cortan, que esperan a ver mi red confeccionada.
Yo coso, ideo, busco, encuentro, un poquito por aquí, unas palabritas por allá. Creo en la gente buena, en la alegría de vivir, en los almuerzos compartidos, en la libertad de los perros y los niños. Creo en las bicicletas como medio para ir al trabajo, como una nave con velas que me lleva a ver las flores del campo, el parque del Retiro.
Existen personas puntuales, que son los primeros en ir a votar, en ir a rezar, en maquinar en silencio.
Yo ando, camino, río, voy, vengo, hago y deshago mi tapiz, disfruto pensando en los colores, el resultado final. Observo maravillado el encaje, los bolillos, el tiempo, Penélope siente la urdimbre. La escucha de todo lo bueno, la recolecta de las flores, el sabor de la miel del huerto. Esta cobija dará calor a muchos, a los que tienen frío, a los que tienen hambre. Siento mi columna vertebral más fuerte, son muchos los que me ayudan, me cuentan como este abrigo favorecerá a los trabajadores que gustan los domingos de comer en familia y reír con los vecinos.
Existen periódicos que te regalan una aspiradora, y te aspiran los cambios, las intenciones, la igualdad, la imaginación. Son la razón de cada día, el abc de muchos lectores que no cambian sus pendientes de perlas por mucho que el tiempo pase. Que ellos como sus hijos, visten con camisa blanca y jersey azul marino.
Observo que hay que estar tranquilo, ser cuidadoso con los colores, demasiados cocineros fastidian el cocido, pero esta tela está pensada cromáticamente. Los tierras, los ocres, dan paso a alguna pincelada de verde, rojo, como en la naturaleza. Los hombres y las mujeres venimos del medio natural, las burbujas de Freixenet se las dejo a los feos de alma.
Existe una bandera de colores igualitos, roja, amarilla y roja; un lujo ordenado y una pobreza estructurada.
Yo sigo encaprichado en el morado, color del cambio según las prácticas yóguicas, las ortigas me previenen de la caspa. Me gusta silbar cuando veo a algún casposo, ellos dicen y no escucho, solo observo su rictus pétreo, yo en cambio coso, ideo, busco, encuentro, un poquito por aquí, unas palabritas por allá. Mi texto, mi telar, mi pantalla virtual.
Existe una mano que se ha decidido a actuar, hay que dar forma, cortar el traje, el rey está esperando roja, amarilla y roja, su bandera.
Termino los ribetes, pero me llaman desde la dirección, firmar un papel, carta de recomendación, si sale algún otro proyecto. Hace mucho tiempo que no corro con mi perro, mi tiempo me lo han libado, mi espacio reducido está alborotado, la prioridad no era yo, sino la tela que nos habían encargado.
Existen unas tijeras que ahora mismo están haciendo jirones a mi bandera republicana, a mi ilusión, a las palabras de los trabajadores. Con radio olé van cantando en pro de la igualdad, maquetando todo uniforme, como tiene que ser. Lo científico por encima de los hombres, las emociones y la justicia.
Yo vuelvo al ovillo. A mi abuelo le hirieron en la pierna, y todos participábamos de aquel agujero enorme que había que curarle. La guerra había dejado su huella en la pierna derecha del abuelo Sebastián. Aquella sangre que no cicatrizaba jamás era lo único tangible de las batallas de sobremesa: sus aventuras de hombres que se arrastraban entre las trincheras y deseaban tabaco por encima de todo, sus historias de hermanos que se comían la sal a puñados porque lo único que tenían era hambre.
En los cafés, en las sobremesas, se des-cubre a la gente. Mi jefe ordenadito ha heredado de sus abuelos la fea costumbre cleptómana de robar las cucharillas del café en los restaurantes. Él, que se jacta de haber estado en Turquía, en Egipto, en La India, en Marruecos, en grandes hoteles donde siempre encuentra comida española, resulta que ha heredado de sus antepasados obreros un montón de cubiertos desiguales. Él, tan puntual y cumplidor, que llama chinchetos a los que abandonaron a su familia y amigos para tener lo que soñaron como un presente mejor y que puede estar resultando un presente peor, gracias a españoles civilizados como mi jefe ordenadito, él tan solo tiene 32 años.
Existe una ruptura, un barranco sin fondo, un hoyo en una pierna, una mujer que llora, alguien que grita, cuchillos virtuales, documentos que desdicen lo dicho. Si fuera artista, si fuera genio idearía mi propio tapiz, y diría no dejes que te fundan la funda con el contenido. La bandera republicana es roja, amarilla y morada. Nos quitaron las violetas, nos aplastaron la memoria y si el Guernica no estuviera, nos dirían que la guerra fue un sueño, una mentira de ETA.
Mi batalla es la misma batalla de mi abuelo, contra los ordenaditos que dan órdenes y que si no las dan, poco importa, te recortan al final. Mi agujero lo tengo en el estómago, el campo de batalla es la oficina, donde canturreo y eso me perjudica.
Tengo un hilo que me lleva, me trae, me ilumina, una ilusión que me viene del pasado, y que de nuevo vuelve a ser quebrada. Si fuera Picasso volvería a pintar el Guernica y gritaría en blanco y negro porque me volvieron a negar el morado en mi bandera. Subir a personal, recoger unos papeles, la carta de recomendación…
Vera Moreno
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