lunes, abril 21

Día del libro: texto viajero

Como ya indicamos en una entrada anterior, Literactúa participará en los actos previstos para la celebración del Día del Libro en Rivas Vaciamadrid con la lectura de un texto viajero creado por varios miembros de la asociación.
Este texto se pondrá en escena el día 23 junto a las aportaciones del resto de asociaciones pero tú puedes leerlo aquí desde ahora mismo.
Además de la aportación de Literactúa, si acudes del día 23 al Centro Cultural García Lorca de Rivas Vaciamadrid encontrarás todo esto:
  • 18:00. Fomento De La Lectura A Través De La Magia. Hacer magia desde la lectura, con diferentes libros, clásicos y actuales. La dinámica de la representación es eminentemente participativa y esta dirigida a niños entre 4 y 9 años, principalmente
  • 19:00. Prima Litera presenta la colección 1003 noches
  • 19:30. Literactua, Donantes de Risa, Unicornio Azul Clarito y Cuentacuentos leeran y representarán textos elegidos por ellos.
  • 20:30 Coro de Rivas de la Escuela Municipal de Música

Y ahora sí, aquí tienes nuestra creación colectiva:

Entre todos lo crearon… y él solito se murió

Aparqué el libro sobre la mesilla de noche. Apagué la luz y cerré los ojos. Entonces comenzaron los murmullos. Supuse que vendrían de la calle y traté de dormir. Después llegó la claridad a través de los párpados cerrados. Imaginé que se trataba de un sueño pero abrí los ojos y vi saliendo de las hojas del libro una luz fosforescente que iluminaba la cabecera de la cama. Las tapas se esforzaban por abrirse aunque a los pocos segundos volvían a caer sobre su propio peso. Con cada una de estas aperturas un nuevo destello brillaba sobre la mesilla y el rumor de fondo resultaba más audible. Tomé de nuevo el libro y busqué entre sus hojas pero no encontré nada distinto. Volví a cerrarlo sobre la mesilla y al cerrar los párpados percibí de nuevo el destello. Entonces ya no pude dormir más. Me incorporé, y me quedé inmóvil mirando el libro a la espera de lo que pudiera suceder. El destello se hizo cada vez más potente y podría haber jurado que las tapas estaban luchando a muerte para contener una fuerza arrolladora que salía del corazón de aquel libro. Me restregué los ojos y me pellizqué pues empezaba a dudar de si realmente estaba despierta. Y entonces, un sonido atronador unido a un fuerte destello de luz provocó que el libro quedara finalmente abierto de par en par, iluminando todo el cuarto como si estuviéramos a pleno día. Me acerqué muy despacio, pues, aunque me sentía aturdida con lo que estaba pasando, la luz que desprendía aquel libro ejercía un magnetismo sobre mí del que no hubiera podido escapar. Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que el libro estaba abierto justo en la misma página donde yo había interrumpido mi lectura, y que, en ese mismo punto, las palabras se habían convertido en una poderosa imagen: allí estaba Fran, el protagonista de la novela, mirándome fijamente a los ojos, cara a cara, con la misma sensualidad descrita momentos antes…
Me extrañó verle ahora en un bosque, sentado en las ruinas de un edificio que, un día, fue un gran palacio, a juzgar por las columnas de mármol partidas que había alrededor. El paisaje era tétrico, del estilo del que describen los románticos más clásicos. Un precipicio se extendía a sus pies, entre dos gargantas. Por la pared de la de enfrente caía, con gran estrépito, una cascada que se estrellaba en el fondo. Un águila imperial se cernía sobre la cabeza de Fran, sin mover las enormes alas. Sus ojos penetrantes bajo las órbitas salientes enfocaban al intruso.
Fran parecía no apercibirse de la presencia amenazadora del águila. Sólo me miraba a mí. Sostuve un instante su mirada, que despedía una extraña luz, en la que se reflejaban los siete colores del arco iris. Tuve que cerrar los ojos y creo que me dormí, como hipnotizada.
De pronto, me despertó un trueno que hizo temblar toda la casa. Se había originado una tormenta impresionante. Los relámpagos y rayos se sucedían. Con aprensión, miré hacía el libro que permanecía en la mesilla, cerrado normalmente, con la señal donde la dejé al terminar de leer. Solo la luz lívida de los relámpagos que entraba a través de la ventana iluminaba sus pastas que adquirían un color especial.
Miré el reloj. Habían pasado tres horas desde que me acosté. Corrí hacia el baño, penetrada de una sensación fría, enérgica, asistida por una esfera roja que giraba perfilando mi figura. Me encontré frente al espejo grande donde de niña jugaba a ser actriz; los bucles rubios caían por mi rostro tapándome las orejas, y una voz que provenía del iris de mis pupilas, paralizó mi mirada; mi propia réplica desfigurada y ambigua sucumbía al reto del rechazo: -ven, ven, decía-. Cerré los párpados, el hedor de la noche se confundió con el misticismo opaco de un blanco angelical que exprimía sus gotas sobre la piel delicada de mis pómulos; su anverso ratificó un nuevo día en el fondo del cristal. Un gorrión revoloteó por la sencillez de mis labios. Me acerqué de nuevo hasta el libro que yacía en la mesilla del dormitorio y cuyas portada y contraportada que parecían reírse de mis dedos, explosionaron dando lugar a un evento culinario, removido por letras capitales que hacían círculo en la esfera de la condensación del aire. Entonces le llamé: ¡Fran!, ¡Fran!....
Mi voz resonó tan extraña en la habitación que me sorprendí de no reconocerla. No era yo. Estaba alucinando, seguro.
Aun así, repetí su nombre muchas veces como si fuera una plegaria, un mantra, un eco interminable.
Cerré los ojos y deseé con fuerza que su imagen apareciera de nuevo ante mí para perderme en su mirada cautivadora y abandonarme por completo a esa pesadilla demencial.
Allí estaba. Tan cerca de mí que pude sentir su aliento en mi cara. Me estremecí y creí que me ahogaba cuando sus dedos rozaron levemente mi boca quemándome los labios.
-No eres real- le dije en un último intento por mantener la cordura.
Entonces me besó como yo había imaginado que besaba a sus amantes de papel, aquellas que habitaban cada página como cromos de muñecas que primero codiciaba hasta tenerlas y luego abandonaba sin remordimiento. Su beso me excitó hasta el límite del vértigo, hasta sentir que me perdía en la locura. Quise defenderme.
-No puedes hacerme daño –le susurré temblando-. Yo soy de verdad.
-¿Y yo qué soy… de mentirijillas? –me dijo él con acento cubano-. Mi ‘amol’, yo soy tan de verdad como tú, lo que ocurre es que hemos vivido en distintos planos de la realidad. Tú pululabas libremente por aquí, en la esfera de la condensación del aire, y yo he estado ahí atrapado todo lo grande que soy con un águila cernido que debió de confundirme con otro Fran sobre mi cabeza, en esa cutre edición de bolsillo como si hubieran metido La Habana en Camagüey. Menos mal que me has salvado, ‘princesota’. Ven, vamos a darnos otro morreo.
-¡No! –grité haciéndome la decente pero con la boca pequeña-. Tú eres de tinta y papel, y yo soy de carne y hueso.
-Está bien, mi ‘amol’, tú fuiste engendrada de un polvo y yo de una paja mental. Pero los besos, qué, ¿no son los más intensos que jamás sentiste?
-Son los más intensos porque durante las noches de mis desvelos has penetrado en mis anhelos, y has aprendido qué necesito.
-Entonces ven a mí, abandónate a tu héroe de papel, te haré vibrar como nadie, te llevaré de viaje al placer más oculto. Si aceptas, tendrás concedidos tres deseos…
Me quedé paralizada. Por fin aparecía un amante sabio que conocía todo lo que yo podía darle, y además si me adentraba en esa loca aventura podía cumplir tres deseos… Cerré los ojos, abrí mi cuerpo y me lancé al placer del cuerpo, del cerebro y del alma. Quizás el incentivo de los tres deseos era la coartada que me permitía, que me daba permiso a mí misma, para abandonarme…
El sudor recorría mis mejillas de arriba abajo, mi aliento jadeaba inconsciente, mientras mis manos jugueteaban entre sí, enredadas en los vellos del escalofriante pecho de Fran… ‘¡Ah… ah!’, grité de locura, no son letras alborotadas de un libro fantástico que me enajenan… ¡Fran está vivo! Lo puedo percibir a través de mi mente, como si hubiera nacido en La Habana, como si el ron y la música empaparan mi cuerpo hasta conducirme al mayor de los éxtasis, a través de un gozoso e interminable viaje que me llevaba irremediablemente al epílogo de una maravillosa historia de amor.
Pero la luz cesó, y Fran se condensó en el aire que provocó aquel portazo. Me desperté sobresaltada. Me había dejado la ventana abierta.
Como si con la puerta se hubiera cerrado también el libro, sentí una mezcla de frustración y liberación. Frustración, claro, porque el sueño se me había ido en lo más interesante. Y porque no me había dado tiempo a pedirle a Fran aquellos tres deseos.
Pero, al recostarme de nuevo y echarle un vistazo al reloj –que ya marcaba las seis-, me reconfortó saberme en el umbral de un nuevo día. Un día más en el que no me iba a permitir confiar en nadie que concediese deseos. Un día más en el que seguiría devorando libros con el afán de evadirme para luego volver, de contrastar lo que soy con la condensación de mil aires posibles, de ponerme contra las cuerdas y reinventarme y resistir.
Estiré el brazo y guardé el libro en el cajón, con la duda de retomar o no su lectura. ‘Con la de cosas interesantes que me quedan por leer’, pensé. Lo que sí hice fue dejar la ventana abierta por si a Fran se le ocurría entrar…Y me eché una última cabezada de ésas que saben a algo parecido a la libertad.

Creación colectiva de LITERACTÚA en la que han participado Fernando Galán, Pilar Río, Alicia San Emeterio, Laura Olalla, Gloria Sánchez, Yolanda Alonso, Jesús Gimeno, Andrés López, Curro Corrales

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