lunes, agosto 30

Los héroes de la guerra

Bertoldt Brecht decía que cuando veía a un grupo de hombres peleando con tanques contra otro que tenía palos y piedras, siempre sabía de qué lado ponerse. En las salas de cine nos conmovemos ante los heroicos resistentes judíos de Varsovia, las hazañas de William Wallace o el trágico destino de los indios del Amazonas. Desde un sillón cómodo y con una bolsa de palomitas en la mano, es muy fácil estar en el bando de los justos. La cosa se complica cuando se trata de la vida real.
Llevamos meses contemplando impasibles la invasión de un país o incluso participando activamente en ella. Llevamos semanas viendo cómo un grupo de hombres, armados con piezas que el propio atacante ha desechado de su arsenal por obsoletas y les ha vendido a precio de oro, defienden su tierra de la invasión de unos extranjeros ladrones y asesinos. ¿De qué parte nos vamos a poner?
Hay momentos en la vida y en la historia en que la imparcialidad es la más grave de las inmoralidades. Los resistentes de Nayaf invocan a un dios falso y radical –porque, naturalmente, el dios tolerante y verdadero es de los norteamericanos- y proporcionan a los ciudadanos del mundo laico y civilizado una excusa perfecta para mirar la escena desde lejos, con toda ecuanimidad. “Hombre, sí, las tropas de Bush lo están haciendo mal pero es que los irakíes son tan fanáticos...” Espléndido razonamiento para no reconocer que no existe la mínima justificación para esa invasión, si es que alguna vez una invasión ha podido justificarse. Muy adecuado también para no admitir que formamos parte –en tanto en cuanto esperamos beneficiarnos del botín- de una banda de saqueadores y criminales.
No está de moda hablar de la guerra de la Irak y mucho menos de los guerrilleros –no rebeldes- que están muriendo en Nayaf. Es mejor mirar hacia otro lado, éstas son cosas de la vida y del fanatismo de los musulmanes. Pero resulta que la realidad es muy tozuda y nuestro egoísmo y nuestra ambición acabarán explotándonos en la cara. Los irakíes acabarán ganando esta guerra, incluso aunque la pierdan. Si los multimillonarios y poderosísimos animales para los que trabajan Bush y sus secuaces leyeran algún libro de vez en cuando, lo sabrían. Sus armas pueden arrasar todo Oriente Medio pero no podrán ocuparlo y los gobiernos títeres que logren implantar acabarán siendo derrotados, más tarde o más temprano, por las fuerzas más radicales, fanáticas e irracionales. Porque cuando se actúa bárbaramente bajo la bandera del derecho, la democracia y la racionalidad, al humillado y ofendido sólo se le deja la opción contraria.
Los héroes de Nayaf gritan “Mahdi, Madhi”. Aclaman al enviado, al salvador, como hacían las tropas egipcias y sudanesas cuando luchaban contra los británicos y los franceses. No es algo que caracterice al Islám: Santiago también ayudaba a las tropas cristianas. A lo mejor convendría echar un vistazo a la historia y comprobar el resultado de las invasiones. Pero, para qué vamos a engañarnos, es mejor exigir petróleo barato y no mirar de dónde lo sacamos ni con qué consecuencias.
Ya que no somos justos, debiéramos ser, al menos, inteligentes. Tener a tres cuartas partes del mundo sometido y arrasar sin piedad al que se opone a nuestros intereses es la mejor manera de cavar nuestra propia fosa. Quizá no la nuestra pero, con seguridad, sí la de nuestros hijos porque la marea de la historia no se detiene y lo único más fuerte que las armas es la sangre y el tiempo.
Las palabras sirven para muy poco, para nada frente a los tanques y las bombas, pero alivian la conciencia. Desde mi absoluto agnosticismo, desde mi racionalidad, a pesar del reconocimiento de la cobardía que supone saberme responsable subsidiaria de todo cuanto ocurre en el mundo y no hacer nada más que hablar, estoy de parte de los defensores de Nayaf. Nadie tiene la razón absoluta pero algunos son absolutamente injustos. Hoy, veintiséis de agosto de 2004, el Ser Humano, con sus virtudes defectos y equivocaciones, tiene nombre árabe. La injusticia y la indiferencia se llaman Occidente. Me avergüenza profundamente formar parte de este mundo, tanto como no saber qué hacer excepto llorar por los muertos irakíes.
Montserrat Cano

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