En Lavapiés no se escuchan los coches sino las conversaciones de los vecinos, que caminan sin prisa y se paran a saludar.
En Lavapiés los bares tienen cinco o cincuenta años y jóvenes inmigrantes del otro lado del océano o profesionales camareros con bigote y chaleco te sirven cañas de cerveza tiradas “como toda la vida” acompañadas de un pincho de pepinillo.
En Lavapiés conviven los últimos madrileños con los recién llegados de cualquier parte y la calle se llena de color y vida.
Lavapiés es tantas cosas que no sé lo que es, muchas de ellas mejorables pero paseando por sus calles me reconcilio con esta ciudad ...y con la vida .
Fernando Galán
domingo, junio 25
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