Un día me dijeron que mi signo era el de la rata.
Es un animal que me persigue, incluso hasta aquí.
Imaginaba que en el primer mundo no encontraría bicho semejante.
Donde vivo ahora las hay. Es un sótano en el que vivimos hacinados no sé cuantos.
Yo vine a estas altas y frías tierras huyendo de las ratas, la guerra, el hambre, la muerte que asola mi continente.
Dejé mi aldea, familia y lengua persiguiendo el arco iris y su premio final.
Me hablaron de comida, trabajo, bienestar.
Ahora soy una rata de nuevo, corriendo en un laberinto sin fin.
Soy uno de los afortunados que alcanzó la meta después de una larga travesía por ese desierto húmedo tan distinto al que yo conocía. Cambié el Sahara por el Mediterráneo, las dunas por las olas.
Busco en la calle caras con color, con mi propio color.
Huyo en la calle de las máscaras blancas de los otros.
Aguzo el oído como en los campos que bordean mi aldea. Ahora no persigo pieza de caza, pues la pieza soy yo y los cazadores la policía.
¡Papeles, documentación! No tengo, he pedido.
En la noche me despierto sobrecogido. En mis pesadillas soy aplastado por toneladas de papeles. Tengo pasaportes, permisos de residencia, contratos de trabajo y fotos, miles de fotos mías. Me sobran los papeles pero tengo que custodiarlos, si pierdo uno solo la policía me acusará de indocumentado y me expulsará.
Hago cola para coger impresos, para pedir cita previa, para mendigar ayuda. Hago cola junto con otros como yo y otros que hablan la lengua de los de aquí.
No todos perseguimos lo mismo, unos quieren volver algún día a su pueblo con su familia, otros quedarse en este país y olvidar sus orígenes.
Yo no sé aún lo que quiero. ¡Estoy tan perdido! En la calle vendo lo que puedo o trabajo en las obras. Cada día aprendo una palabra nueva de su extraño idioma como su insípida comida, y custodio mi poco dinero, lo necesito para pagar el alojamiento, para pagar al abogado que me tramitará el permiso.
Solo despierto consigo soñar bonito, y sueño con volver un día a mi aldea y cubrir de regalos a mis hijos, y con un ciclomotor para Fatuma, la madre de mis hijos y construir una casa de ladrillo y derruir la casa de madera, y con ropa nueva y zapatos en vez de chanclas pasear por la calle principal de la gran ciudad y que ¡al fin! Allí la policía me saluda respetuosamente inclinando la cabeza. Sueño con llevar mi cabeza erguida y no tan gacha como ahora, que diríase que las calles del primer mundo están asfaltadas con espejos y yo me regodeo en mirara mi facha todo el tiempo. He perdido altura en el primer mundo, ahora mi cabeza y cara no cuentan, tengo que encogerme y esconder mi rostro para que ellos no lo encuentren sospechoso. Si me ven puedo ser expulsado y ... ¿a donde iré?
M.Luisa Mateos
domingo, junio 25
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