Ese día se levantó pronto. Había un gran acontecimiento: la boda del futuro rey.
Se engalanó todo lo que pudo: “la belleza no está sólo en la juventud” pensó, mientras arreglaba su blanco pelo y se ponía unos pendientes largos y brillantes. Se sonrió a sí misma, satisfecha con su imagen.
Desde hacía varios meses, la boda real lo ocupaba todo. No se hablaba de otra cosa en la ciudad. Hasta habían cerrado el Palacio Real a las visitas, por lo que no pudo entrar cierto día que iba de turismo con unas amigas extranjeras.
¡Qué fastidio!... pero todo a favor de la causa.
Se perfumó y desempolvó las fotos de sus hermanos. Esto le provocó una gran emoción que ni siquiera trató de contener.
Al igual que se había arreglado ella, ahora iba a arreglar la casa: primero las fotos antiguas llenas de dolor y sangre, luego la enorme bandera republicana, colgada en la terraza, de lado a lado, dando a la calle principal. Quería que todo el mundo la viera: era el gran día. El cortejo con el futuro rey pasaría cerca de su casa, y era lo mínimo que podía hacer para saludarles.
Y finalmente, desempolvó la lámina del Guernika que le había regalado Paco. Volvió a sentir una punzada de dolor. Algunas heridas nunca cicatrizan, y la suya siempre se abría cuando contemplaba esa lámina.
Súbitamente, regresaron a su mente los disparos, las bombas, los aullidos de dolor y la sangre injustamente derramada. Todo eso aparecía, inevitablemente, cada vez que contemplaba el cuadro. No podía mirar a la mujer con su niño en brazos, sin recordarse a sí misma, años atrás, también de rodillas y con su propio hijo muerto en el vientre.
Por eso, ese día, más que nunca, no debía dejar de engalanar su casa: Su bandera, sus fotos, su Guernika. Era su manera de luchar, de continuar con la batalla, porque para ella, la guerra todavía no había terminado. Al contrario, se había recrudecido en los últimos años con una política injusta que lo barría todo.
Ella esperaba llegar a ver la proclamación de La III República, y no olvidaba... como parecían haber olvidado todos. Se preguntaba qué sentirían los demás al contemplar el Guernika. Si se les romperían las entrañas como a ella, y, se sintió profundamente agradecida a Picasso, por su creación, porque en esos días de boda real y de folclore ella perdonaba todo, excepto el olvido.
Se engalanó todo lo que pudo: “la belleza no está sólo en la juventud” pensó, mientras arreglaba su blanco pelo y se ponía unos pendientes largos y brillantes. Se sonrió a sí misma, satisfecha con su imagen.
Desde hacía varios meses, la boda real lo ocupaba todo. No se hablaba de otra cosa en la ciudad. Hasta habían cerrado el Palacio Real a las visitas, por lo que no pudo entrar cierto día que iba de turismo con unas amigas extranjeras.
¡Qué fastidio!... pero todo a favor de la causa.
Se perfumó y desempolvó las fotos de sus hermanos. Esto le provocó una gran emoción que ni siquiera trató de contener.
Al igual que se había arreglado ella, ahora iba a arreglar la casa: primero las fotos antiguas llenas de dolor y sangre, luego la enorme bandera republicana, colgada en la terraza, de lado a lado, dando a la calle principal. Quería que todo el mundo la viera: era el gran día. El cortejo con el futuro rey pasaría cerca de su casa, y era lo mínimo que podía hacer para saludarles.
Y finalmente, desempolvó la lámina del Guernika que le había regalado Paco. Volvió a sentir una punzada de dolor. Algunas heridas nunca cicatrizan, y la suya siempre se abría cuando contemplaba esa lámina.
Súbitamente, regresaron a su mente los disparos, las bombas, los aullidos de dolor y la sangre injustamente derramada. Todo eso aparecía, inevitablemente, cada vez que contemplaba el cuadro. No podía mirar a la mujer con su niño en brazos, sin recordarse a sí misma, años atrás, también de rodillas y con su propio hijo muerto en el vientre.
Por eso, ese día, más que nunca, no debía dejar de engalanar su casa: Su bandera, sus fotos, su Guernika. Era su manera de luchar, de continuar con la batalla, porque para ella, la guerra todavía no había terminado. Al contrario, se había recrudecido en los últimos años con una política injusta que lo barría todo.
Ella esperaba llegar a ver la proclamación de La III República, y no olvidaba... como parecían haber olvidado todos. Se preguntaba qué sentirían los demás al contemplar el Guernika. Si se les romperían las entrañas como a ella, y, se sintió profundamente agradecida a Picasso, por su creación, porque en esos días de boda real y de folclore ella perdonaba todo, excepto el olvido.
Pilar Río
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