Por más vueltas que le doy, no dejo de pensar que no tiene ni pies ni cabeza su postura y que alguien debería pararle los pies inmediatamente o, de lo contrario, tendré que poner pies en polvorosa antes de que me tengan que sacar con los pies por delante.
Creí que sabía de que pie cojeaba hasta que una mañana, sin venir a cuento, al finalizar el comité de redacción me dijo: estás con un pie en la calle y cerró la puerta por fuera con un portazo que aún retumba. Es evidente que ha sacado los pies del tiesto pero también es cierto que, entre tanto, yo tengo un pie dentro y otro fuera y, ni por esas pienso besarle los pies porque es la típica persona a quien le das el pie y se toma la mano.
Siempre me he considerado un redactor íntegro, de los pies a la cabeza, con una maestría en la profesión más vieja que el andar a pie y no pienso consentir que un niñato al que le echo el pie en cualquier materia y cuyo único mérito ha sido nacer de pie venga a buscarle tres pies al gato para decirme como debo escribir, por mucho que todos los becarios recién llegados se le echen a los pies.
Por eso lo he decidido, no pienso andar con pies de plomo a expensas de su voluntad, seguiré a pie de obra por mi propio pie y si el asunto se pone feo, en cuanto me de pie, levantaré la cabeza y contestaré: pies ¿para qué os quiero?
Fernando Galán
No hay comentarios:
Publicar un comentario