lunes, julio 7

Tapas

Una nueva entrega de nuestra sección Creativa. Esta vez, el tema elegido ha sido "Tapas". Ahí van las aportaciones recibidas.

Están sobre la mesa de la cocina y ¡es increíble todas las que hay!
Las hay grandes, pequeñas, lisas, rugosas, claras, oscuras, bonitas y feas
¿Qué contienen?
¿Qué guardan?
Son las latas de mi vida, unas ya están abiertas y otras no, y yo voy coleccionando sus tapas.
Las tengo colgadas de la pared y cuando las miro me reflejan lo que un día taparon, unas veces dulce, otras amargo.
Ahí están y yo decido abrirlas o no, aunque a veces son un poco mentirosas. Les gusta jugar y, como los pulpos, se disfrazan y me engañan y al abrirlas su contenido me sorprende.
Otras son como las cajas de sorpresas o como el champán, explosivas, y hay que tener cuidado al abrirlas, pues su tapa te puede dar.
Pero no importa, las abro, las pruebo, las saboreo, las disfruto, las lloro, las río, las canto y voy haciendo mi colección, hasta que tenga tantas tapas que un día ME TAPEN.


María Ángeles Olmo
Entre los múltiples objetos repetidos que recibimos los días previos a la boda se encontraba aquel juego de cacerolas que, en aquella época sólo resultaba horrible. No tardó en quedar anticuado.
Los catálogos buzoneados, los anuncios televisados, las vallas publicitarias anunciaban relucientes baterías de cocina capaces de maravillas culinarias increíbles mientras nosotros restregábamos las judías pegadas de aquellos peroles bicolor que no nos decidíamos a jubilar más por las penurias económicas de la época que por cariño al objeto.
El tiempo pasó y, al igual que los días felices de antaño, los pucheros se fueron llenando de desconchones, que afeaban aún más las ollas, y ojales por los que se escapaba lo mejor del caldo como se le pierde la pasión al amor consumido.
A algunos cazos se les quemó el mango durante un descuido o por un exceso de llamarada, otros perdieron las asas suicidándose contra el terrazo; del resto resultó imposible despegar la leche agarrada al fondo. Por un motivo u otro fueron terminando en la basura casi al tiempo que la relación que los trajo a esta casa.
Años después, rebuscando entre cajones jamás ordenados aparecieron de golpe todas las tapas de aquellas cacerolas. Tapas apenas usadas que se fueron acumulando en un rincón de la alacena pensando que algún día servirían para algo y que se olvidaron como los buenos momentos.
Por fin hice limpieza. Me decidí a organizar el armario y tiré a la basura las vasijas gastadas y sus respectivas tapas casi sin estrenar para dejar sitio a aquellas relucientes que siempre había deseado. Todas menos una que aún conservaba el aroma de aquella pasta hervida con tanto cariño.
Fernando Galán
Como todos los veranos, mis cuñados que vivían en Alemania desde hacía más de cuarenta años, venían a España en su caravana a pasar unos días en una playa mediterránea (que, después de muchas dudas, siempre resultaba ser Benicasim). Antes, pasarían por casa para saludarnos y entregarnos unos detallitos que habían comprado para nosotros (las clásicas jarras o platos con monumentos alemanes de los que tengo la casa llena). Llegarían a eso de las ocho o las nueve de la noche, pasada la calorina.
Como la verdad es que actualmente mi ánimo no está como para meterme en la cocina, pensé que saldría del paso con unas cuantas tapas: algo de embutido ibérico, unos tacos de queso, unas aceitunas, o unas berenjenas de Almagro, un gazpachito para refrescar y quedaría como una reina, sin guisoteo.
Ya tenía las ideas claras en este sentido, cuando, por un azar del destino, me regalaron con el periódico un librito titulado “cocina con firma”. El resultado fue demencial. En vez de las clásicas y exquisitas tapas de embutidos ibéricos y gazpacho andaluz, presenté a mis invitados, como tapas, las siguientes fruslerías: conchas finas sobre gelatina de manzana; chupito de zanahoria, coco y naranja; espárragos verdes con parmesano y mermelada, milhojas de anguila ahumada, foie gras y manzana verde y ensalada de marinada de lubina. No pude evitar el toque plebeyo y preparé, eso sí, un gazpacho vulgar y corriente, con su tomate, pepino, pimiento y cebolla., sin hacer caso de las variantes de gazpacho que me sugería el libro, más acordes con el surtido exótico.
Para encontrar los ingredientes necesarios para estas tapas (las más sencillas que encontré en el libro) tuve que pasar la mañana en El Corte Inglés, visitar la Boutique del gourmet, gastarme un pico y, además, encerrarme toda la tarde en la cocina jugando a los superchefs.
Alabaron mucho mis preparados que, desde luego, lucían magníficos. Y no sabían mal, aunque creí observar alguna cara rara en los poco entendidos. Siempre se encuentran personas que no son exquisitas. Afortunadamente, se me ocurrió colocar estratégicamente un buen cesto de pan candeal, un tostador, una botella de aceite oliva y unos cuantos ajos pelados. Sugerí que el pan tostado, untado con ajo y un chorreón de aceite de oliva está riquísimo. Idea luminosa que, junto con el gazpacho tradicional, ayudó mucho a que mis tapas resultaran un éxito.
Alicia San Emeterio

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