sábado, marzo 7

La Gula

En Literactúa seguimos creando; esta ve en torno a los pecados capitales. Una muestra es este relato cómico dramático confeccionado con maestría por Alicia Sanemeterio: La Gula.

Se celebraba la comida de Navidad de los mayores, día esperado por todos los beneficiarios con ansiedad. Desde primeros de noviembre, ya se oía preguntar ¿Cuándo es la comida de Navidad? Habría que ir preparando el traje e, incluso, aprovechar para comprar ese abrigo tan deseado y lucirlo ante un numeroso público. (El último año se juntaron más de mil personas) ¡Ni una boda de tronío.
Cinco autobuses supermodernos daban la vuelta a la manzana. Cuatro calles estaban tomadas por una muchedumbre de mayores muy emperejilados. Las mujeres, peinadas de peluquería, muy perfumadas y enjoyadas, lucían abrigos de alta peletería. También los hombres habían sacado sus abrigos oscuros, sus relojes y alfileres de oro para la ocasión. Entre la enorme barahúnda, vi a Juani apoyada en una farola. Permanecía callada, anulada por un grupo de charlatanas vocingleras. Estaba muy arreglada, pero sin gran ostentación, aparte del abrigo que parecía de piel buena y unos pendientes colgantes antiguos. Hasta se había dado maquillaje. La encontré muy favorecida. Parecía mentira que tuviera cerca de ochenta años.
Me acerqué a saludarla y me senté a su lado en el autobús, para ayudarla a bajar cuando llegáramos al salón y que no la arrollaran. Yo había estado el año anterior y conocía el número que se montaba. Efectivamente, bajamos casi a empellones. Todo el mundo quería llegar en primer lugar y sentarse en ciertas mesas (¿Estarían más cerca de las cocinas o sabían que los camareros servían antes en ellas? Misterios del ansia.
El aspecto del local, un salón especial para bodas, es indescriptible, cursi hasta la exageración, pintado en rosa y blanco. Con sus arcos y columnatas parece una mansión de Lo que el viento se llevó.
Después de una lucha encarnizada para acercarnos a los vestuarios a dejar los abrigos y otra para encontrar donde sentarnos, al fin conseguimos encontrar unos asientos en una mesa un poco apartada, es cierto, del gran bullicio pero a la que igual llegarían los camareros con la comida. Como siempre decía yo a los que me empujaban Hay comida para todos. Ya estábamos preparadas para engullir a base de bien, según amenazaba la tarjeta que sobre en nuestros platos, a saber:
Entremeses calientes (calamares a la romana, muslitos de mar, croquetas de jamón, croquetas de ave, empanadilla de bonito)
Langostinos del Caribe (Salsa mayonesa)
Cordero asado al estilo Jadraque
Patatas panadera y ensalada del tiempo
Todo regado con Tinto de Rioja, blanco Rueda y Analivia,(que no sé lo que es, por cierto)
Repostería: Tarta de crema y nata; Helado Flor
Con Cava Castellblanch
Café de Colombia, licores de frutas, coñac
Después, la tarjeta anunciaba Barra libre durante el baile
Yo renuncié al cordero al estilo Jadraque y pedí pescado, lo que me valió una mirada aviesa del camarero. Propuse a Juani que hiciera lo mismo, pero se negó en redondo. Le gustaba mucho el cordero y en casa nunca lo comía —dijo— cosa que comprobé porque repitió con gran entusiasmo. También repitió de los langostinos y creo que nos habían puesto ocho o diez para empezar, de las croquetas de jamón y de ave. ¡Están riquísimas —me animaba—El vino blanco y tinto nos iba a las dos, así que nos bebimos nuestras dos o tres copas. Yo renuncié a la tarta de crema y tomé el helado en Flor. Juani tomó tarta y helado; las dos nos animamos con el Cava Castellblanch. Yo renuncié al café y tomé una infusión para aligerar el estómago. Juani tomó dos descafeinados con leche.
Total, que nos llenamos como dos boas, pero eso no era nada, si mirabas lo que comían otros comensales con cuerpos de hipopótamo. Increíble que en un ser humano pueda caber tanta comida.. Al fin y al cabo, Juani y yo estábamos relativamente delgadas.
Como empezaba a sonar la música, nuevos empellones para ir a bailar u ocupar sillas en primera fila los que no bailaban. Los que íbamos a bailar (si podíamos) comentábamos: moveremos el esqueleto para bajar lo tragado. No nos dejaron. Había que seguir tragando. Llevábamos una hora o menos bailando, cuando empezaron a aparecer camareros con bandejas de atrayentes pastelillos, que nos colocaban ante las narices. Yo, en este caso, sí resistí la tentación como una valiente y, en cuanto a la barra libre, solo pasé por el buffet a pedir una tónica, mientras muchos se aglomeraban y tomaban toda clase de bebidas alcohólicas. Sobre todo, tenía mucha aceptación el Baileys y el Licor 43, bombas de relojería donde las haya. Algunas señoras también tomaban anís Marie Brizard. Los whiskies y otras bebidas secas que tomaban los hombres sin parar, por lo menos, no afectaban a la glucosa, diabetes y demás males habituales en los mayores.
De pronto, paró la música en seco y se empezó a oír un murmullo extraño e incluso algunos gritos. Una muchedumbre corría hacia determinado lugar, aunque otros muchos continuaban persiguiendo a los camareros de los pastelitos. Me dirigí hacia el origen del conflicto y allí, tendida en el suelo, todo lo larga que era, estaba Juani. La que estaba bailando con ella cuando cayó, decía que se había quejado de que estaba algo mareada y, sin más, se había desplomado en el suelo. Mientras llegaba la ambulancia que habían avisado, acudió un médico y varios voluntarios entendidos, que siempre los hay. Le hicieron el boca a boca, le desabrocharon el cinturón y el sujetador, le pusieron un espejo ante la boca. Todo fue inútil. Está muerta. No respira —decían— Muchos seguían comiendo pastelitos y protestaban porque había parado la música.
Por fin, llegó una ambulancia, que nos echó a todos a la calle y allí estuvimos un buen rato, helados de frío, esperando a ver qué había pasado. El alma se me cayó a los pies, cuando vi que los enfermeros que habían venido en la ambulancia salían al jardín y guardaban tranquilamente todos los aparatos de reanimación que habían traído, y la pobre Juani seguía tirada en el suelo, seguramente esperando que viniera un juez o la familia. No sé lo que hacen en estos casos.
Esto me reafirmó en mi idea de que el ayuntamiento tiene cierto interés en eliminar de forma taimada a los mayores de sesenta y cinco años. El porcentaje de mayores aumenta de forma alarmante y el día de la comida de Navidad, junto con otro día en verano en que los llevan a la Adrada, a un complejo con piscina y demás comodidades, son los escogidos para que mueran felices. Lo que se come en Navidad es un aperitivo, comparado con lo que ponen en la Adrada. Es tal la cantidad de comida que ponen y, además, de la altamente prohibida por los médicos, que seguro que estos dos días conseguirán cargarse a unos cuantos, si no inmediatamente, como fue el caso de Juani, en un plazo relativamente breve.
Alicia San Emeterio

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