domingo, junio 25

migrACCIÓN: naufragio

Sven Rasmussen no tiene miedo al océano porque ha nacido en un pueblecito de la costa sueca y todos sus antecesores han sido gente de mar. Añora desde el primer día que salió de su tierra a su mujer y sus niños. No hay salida. Las punzadas de su estómago y el llanto de sus hijos le empujan con un viento alisio a esa ciudad como ave de paso hacia su nuevo destino.
Llega al puerto. Saca un fajo de billetes a cambio de un pasaporte nuevo y de un billete de tercera. Allá va su penúltimo tesoro, dinero con una historia de amistad, sacrificios y dolor. Ahora, se llama O’Finney, Patrick O’Finney y se le abren las puertas para llegar a la tierra prometida.
Confundido entre irlandeses forma parte del pasaje. Miles de ilusiones se atribulan en las cabezas en el objetivo de iniciar una nueva vida. Muchos de ellos miran hacia la costa y se dan cuenta de que, quizás, sea la última vez que vean Europa.
Patrick piensa en su llegada a la isla, su encuentro con los agentes de inmigración, su primer paseo por las calles de la gran urbe, su primer trabajo, su primer sueldo, su primer dinero ahorrado, su familia junta de nuevo. Cuento de lechera moderno, se ve como ciudadano libre que se integra en el Nuevo Mundo.
Será quizás porque la ilusión embriaga los sentidos o porque el destino no sabe de técnica. Lo cierto es que los grandes sueños se reducen a la nada, envueltos entre el mar y la niebla, cuando se rodean de monstruos de hielo.
Un golpe seco de un témpano les despierta de su felicidad gratuita.
Unas esperanzas desaparecen despeñadas por la borda. Otras utilizan las tumbonas de primera clase que cayeron al mar, que les sostienen a flote hasta ser recogidos con vida por algunos de los supervivientes.
La de Patrick, como la de otros, se disuelve congelada, cuando en un minuto eterno busca una ayuda que no llega. Su último aliento es para su mujer y sus niños.
Ante tanto horror, en los botes salvavidas, casi llenos de agua y completamente abarrotados, los supervivientes se sienten como los inmigrantes de siempre. Vulnerables como los africanos esclavos llevados a la fuerza durante el siglo anterior. Indefensos como los que buscarán su dignidad en una semana de suicidio cien años después, allá por el Atlántico.
Félix de Andrés

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