domingo, enero 27

El mendigo y su sombra

Aquella tarde el esplendor del cielo
aceleraba su sentencia
gestando ya en un sopor de nieve
que el aire recogía
en su apremiante epígrafe.

Una lluvia tenaz,
olvidaba su abrigo
tras el asedio de su propia holgura:
¿El amor es tan ciego como la ambigüedad?
Cómo vencer al miedo ovillado en sus manos
cuando la soledad se agrava entre las ondas
de esta terca imprudencia?
¿Será mi muerte quien se bebe la
muerte del mundo...?

Llenaba sus minutos de saciedad creciente
estampando su firma
en un adverbio atemporal:
¿Dónde está esa alegría,
dónde esos labios
ansiosos de verdad,
dónde esa música atrevida que
se balancea en el zigzagueante
borboteo del agua?

Se ausentó, negligente al entorno real,
en claras partituras
que hallaban libertad en sus labios gastados.
¿Qué lujosas estrofas pisaban hoy los mármoles
de este claustro de nuevos caracteres?
Confundía su cuerpo en preñada fusión
de cortinajes
que acunaban su torso
escuálido.
¿Era acaso el otoño?
Tal vez la primavera.

Su voz forcejeó
el eco:
“Si ves que te miro a los ojos
no pienses
que estoy enamorado”

Alcanzó la campiña el sórdido murmullo,
restableciendo luego las notas a los mirlos.
La tarde que iba caminando por
arcenes campesinos,
suspendía un borgoña generoso, apretado
en el cristal.

Sumergido en un halo de misterio
surgía en esta tarde
como la sombra que el olivo acoge
en su edicto de paz:
¿Es poesía la dignificación
del ruego o de la ofrenda
o la natural reencarnación
del sentimiento en el expresionismo
del vocablo?

No podía cerrar la puerta al universo,
sería un vado
sin gotas ofertadas,
¿para qué entonces servirían
las sinestesias?
Cruzó el antiguo umbral de la nostalgia con
sonrisa inadvertida,
avanzó por una avenida estrecha
-solícita de pasos-
castrando al miedo que suspira en la
ceguera de las sombras;
un movimiento corto
le dejó libre de testigos.
No había luz en la observancia
paralela de aquellos otros ojos aislados
por un pudor que trascendía;
creyó que la figura era irreal,
pero allí estaban ambos
alargando el oriente de sus alas pretéritas;
el tacto de sus bocas presentó
caricia en un desliz de arándanos
que arrastraba sus genes hasta grutas
invadidas de subjetivos
ejércitos siguiendo su cadencia.
Como un espía del cerebro que
la controversia aflora,
de nuevo se disuade:
“Si ves que te miro a los ojos
no pienses
que estoy enamorado”

La sombra abre su ternura:
“En tertulias variadas
de asientos cómodos
llueven versos sin alma
con reto para jueces”.

“La obra que existió
delata al emisario
aunque hospede la luz
en su pozo más alto”.

-Le río tus razones a la luz de mis ojos,
mas deja que te mire
y presienta en tus brazos una noche muy larga.
Deja que sonría en tu lecho de
amapolas sedientas impregnadas de lluvia,
como la gota que exhibe el rocío
en su cálido viento.
Arrópame en septiembre hasta el próximo mayo,
¿vendrás entonces para despertar
mis lirios?.

El pezón de la noche
les alquiló su alcoba.

(Ha crecido el insomnio
en la hora parturienta del deseo
rodando fiebre en mis ardores).




Laura Olalla Fernández

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